20 costumbres estadounidenses que resultan ofensivas en el resto del mundo

20 costumbres estadounidenses que resultan ofensivas en el resto del mundo

Si bien visitar muchos países puede ser una aventura emocionante, también requiere estar al tanto de las diferencias culturales. En la sociedad estadounidense, lo que se consideraría educado a menudo puede ofender a alguien en otro lugar. Las interacciones respetuosas dependen del conocimiento de estas sutilezas, desde la etiqueta en la mesa hasta la puntualidad. En este artículo, que pone énfasis en la necesidad de sensibilidad cultural en nuestra sociedad globalizada, se examinan veinte prácticas estadounidenses que podrían generar preguntas en el extranjero.

En el brillante encanto de las calles extranjeras —ya sea el desorden de neón de las galerías de Osaka, el crepúsculo picante del casco antiguo de Beirut o el silencio adoquinado de las callejuelas de Dresde—, el viaje a menudo se desarrolla como un teatro de momentos. Se tropieza con el idioma, se abordan trenes en la dirección equivocada y comidas desconocidas dejan su huella en la memoria más tiempo del esperado. Pero más allá de los errores perdonables de las palabras mal pronunciadas o las monedas no coincidentes, se esconde un terreno más silencioso de tropiezos: las suposiciones culturales que llevamos sin darnos cuenta.

Para muchos estadounidenses en el extranjero, la falta de adecuación de los comportamientos cotidianos a las normas locales puede ser más que simplemente incómoda: puede resultar chocante o incluso ofensiva. Las expectativas que definen la cortesía en casa pueden herir sensibilidades en otros lugares. Aquí, a través de veinte costumbres arraigadas en la cultura estadounidense, examinamos cómo hábitos aparentemente benignos pueden tener consecuencias imprevistas más allá de las fronteras de Estados Unidos.

El tiempo: una cuestión de interpretación

En Alemania, el tiempo se maneja con la precisión de la batuta de un director: cada momento se contabiliza, cada cita se cumple. Llegar tarde no es un retraso trivial; a menudo se interpreta como una sutil afirmación de autoimportancia, una implicación de que el tiempo de uno tiene más peso que el de otro. Las reuniones de negocios, las cenas e incluso los cafés informales están estrechamente ligados a su horario. La impuntualidad erosiona la confianza.

Sin embargo, al viajar al sur, a Argentina, el guion cambia. Allí, la puntualidad se tiñe de rigidez. Llegar justo a tiempo a una invitación a cenar puede interrumpir al anfitrión, que aún está ajustando el mantel o preparando el último plato. Un retraso de quince minutos no solo se acepta, sino que se espera. La cortesía social a menudo implica esperar, incluso demorarse, antes de cruzar la puerta.

Gestos y lenguaje corporal: ofensas tácitas

En Estados Unidos, meter las manos en los bolsillos puede ser señal de comodidad o contemplación. Sin embargo, en Turquía o Corea del Sur, el mismo gesto puede sugerir desinterés o falta de respeto, sobre todo en entornos formales o públicos. Lo mismo ocurre con la risa con la boca abierta, tan a menudo celebrada en el contexto estadounidense como alegre y sincera. En Japón, reír sin taparse la boca se considera indigno, sobre todo entre las mujeres, que instintivamente pueden llevarse la mano o el abanico para ocultar su sonrisa.

Luego está el gesto de "OK": un círculo formado con el pulgar y el índice. En Estados Unidos, transmite acuerdo o tranquilidad. Pero en algunas partes de Latinoamérica, África Occidental, Rusia y Grecia, este mismo gesto puede tener connotaciones vulgares, el equivalente cultural de un insulto. Su uso, por bienintencionado que sea, puede resultar ofensivo de una forma que las palabras jamás harían.

Los códigos silenciosos de la comida y la bebida

Pocas interacciones son más universales que compartir comida, pero pocas tienen un significado cultural tan marcado. En Japón y Ruanda, caminar por la calle mientras se come un sándwich o se toma un café puede generar miradas de desaprobación. La comida se disfruta, a menudo sentado, nunca en movimiento. En estas culturas, el acto de comer tiene un significado social y estético: no es solo un alimento, sino un ritual.

En Francia, Italia, España y Japón, condimentar el plato del anfitrión en la mesa —una pizca de pimienta, un toque de salsa picante— puede interpretarse no como gusto personal, sino como una crítica. A menos que se ofrezcan condimentos, alterar una comida preparada roza el insulto.

Rechazar la comida puede acarrear sus propias complicaciones. En el Líbano, rechazar un plato ofrecido por un anfitrión puede percibirse como un desaire personal, incluso si el rechazo se debe a una preferencia dietética o a la saciedad. La oferta en sí misma es una muestra de generosidad; se espera que se acepte, aunque sea en pequeña medida.

Regalos, hospitalidad y sus guiones silenciosos

Dar regalos es otro campo minado de implicaciones. En India y China, romper el papel de regalo en el momento de la entrega puede parecer codicioso o impaciente. Tradicionalmente, los regalos se abren en privado, centrándose en el gesto más que en el objeto. De igual manera, cuando un anfitrión ofrece un regalo o una invitación, especialmente en algunas zonas de Asia y Oriente Medio, a menudo se rechaza una o dos veces por cortesía antes de aceptarse. La aceptación inmediata puede parecer excesiva o falta de tacto social.

La hospitalidad estadounidense, caracterizada por la informalidad, también puede fallar. Los huéspedes a los que se les pide que se sirvan ellos mismos de un buffet o de una mesa de bebidas pueden sentirse bienvenidos en Estados Unidos, pero en muchas culturas asiáticas, este enfoque de autoservicio parece frío o desatento. El deber del anfitrión es servir; el del huésped, recibir.

En Noruega, asistir a una reunión con alcohol requiere una etiqueta discreta: cada uno lleva su propia bebida. Beber la bebida de otra persona sin permiso explícito puede violar los códigos tácitos de justicia y respeto. En cambio, los estadounidenses suelen adoptar un enfoque comunitario: comparten de la misma nevera y sirven libremente a los demás.

Vestimenta, modestia y espacios domésticos

La informalidad estadounidense, tan arraigada en la vida cotidiana, no siempre se traduce bien. Las sudaderas, las chanclas o las gorras de béisbol hacia atrás pueden ser comunes en casa, pero en muchos países europeos o en Japón, este tipo de atuendo en restaurantes, museos o incluso aeropuertos se considera inapropiado. Al fin y al cabo, la vestimenta transmite intención y respeto.

Esto se extiende a la presentación corporal. En Corea del Sur, es raro ver hombres sin camisa en público, independientemente del clima. En muchas sociedades árabes, hindúes y budistas, las plantas de los pies expuestas o el exceso de piel, incluso de forma involuntaria, pueden causar incomodidad. La modestia es una práctica cultural.

El hogar también es un lugar sagrado en gran parte de Asia y el Caribe. Los zapatos, símbolos del mundo exterior, se quitan en el umbral. Entrar con ellos puestos es más que una simple falta de consideración: marca una contaminación del espacio, un desprecio por la santidad del ámbito doméstico.

Taxis, tacto y equilibrio del espacio

Un simple viaje en taxi puede revelar un protocolo inesperado. En Australia y Nueva Zelanda, se suele esperar que los pasajeros se sienten delante, junto al conductor. Optar por el asiento trasero puede parecer distante o jerárquico. El asiento delantero simboliza igualdad: una sutil afirmación de que el conductor es un igual, no un sirviente.

El contacto físico, tan común en Estados Unidos para expresar calidez o familiaridad, se maneja de forma diferente en cada cultura. En China, Tailandia y muchas partes de Oriente Medio, el contacto físico entre conocidos o en público suele minimizarse. Abrazar, dar palmaditas en la espalda o tocar de forma casual puede causar vergüenza o incomodidad. Aquí, el espacio personal no es solo físico, sino también social y emocional.

El habla, la investigación y las jerarquías invisibles

La conversación —lo que se dice y, sobre todo, lo que no se dice— es uno de los ámbitos más matizados de la interacción intercultural. En Estados Unidos, preguntar a alguien a qué se dedica es un punto de conexión común. En los Países Bajos o en algunas zonas de Escandinavia, esta pregunta puede resultar invasiva, incluso clasista. Implica una jerarquía de valores ligada a la profesión y, por extensión, al valor social.

Incluso los cumplidos y las bromas varían. Un comentario sobre la casa, la apariencia o la familia de alguien, bien recibido en muchos círculos estadounidenses, podría resultar demasiado familiar en otros lugares.

Un modesto llamado a la concienciación

Ninguna de estas costumbres es universal, y abundan las excepciones en cada nación, región o barrio. Sin embargo, lo que las une es su capacidad de revelar las limitaciones de la propia perspectiva cultural. Cada acción —ya sea llegar tarde o buscar la sal— conlleva una historia, una expectativa, un ritmo de comprensión que no siempre se comparte.

El viajero estadounidense no necesita disculparse por sus orígenes, pero debe estar dispuesto a observar. Entrar en una habitación y detenerse, observar cómo hablan y se mueven los demás antes de imponer sus propios hábitos. La humildad, mucho más que la fluidez lingüística o el conocimiento geográfico, es el pasaporte más valioso de todos.

Viajar con respeto es aceptar que tu camino es solo uno. Y aunque es inevitable cometer errores, la consciencia fomenta la empatía, y la empatía abre puertas que ni siquiera el manual de frases más fluido puede abrir.

PD.

Estas reglas no pretenden avergonzar ni restringir, sino orientar: una sutil calibración del comportamiento que honra la profundidad y la diferencia de los lugares en los que nos encontramos. Si viajar es una forma de escuchar, la etiqueta cultural es su silencio más elocuente. Solo exige que prestemos atención.

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