Varadero

Guía de viaje a Varadero y ayuda para viajar

Varadero, encaramada en la esbelta península de Hicacos, a unos 140 kilómetros al este de La Habana, alberga a unos veinte mil residentes en sus treinta y dos kilómetros cuadrados; sin embargo, cada año, más de un millón de visitantes convergen en sus imponentes costas. Situada entre la Bahía de Cárdenas y el Estrecho de la Florida, esta ciudad turística se erige como el paraíso por excelencia de Cuba, donde aguas azules y palmeras azotadas por el viento crean un ensueño costero atemporal. Desde el siglo XIX, viajeros adinerados han buscado sus encantos, atraídos por playas cristalinas que se extienden ininterrumpidamente por más de veinte kilómetros. Hoy, Varadero mantiene un delicado equilibrio entre su pasado histórico y el implacable impulso del turismo internacional.

Desde el momento en que se levantaron las primeras salinas españolas en la punta de la península a principios de la época colonial, la frágil lengua de tierra que se convirtió en Hicacos fue testigo de sucesivas capas de actividad humana. A mediados del siglo XVII, su punta —Punta Hicacos— había alcanzado la insólita distinción de marcar el extremo más septentrional de Cuba. Al otro lado del Canal de Kawama, el continente retrocedía, otorgando a la península un aislamiento sobrenatural; entre la Laguna Paso Malo y el mar resplandeciente, modestas viviendas se agrupaban a lo largo de tres avenidas principales, atravesadas por sesenta y nueve calles transversales. La Vía Blanca, terminada a mediados del siglo XX, se abre paso en una arteria de dos carriles directamente hacia La Habana; sin embargo, la sensación de lejanía calculada persiste: un refugio ideal para quienes buscan la brisa marina sin la contaminación del bullicio urbano.

En el extremo noreste de Hicacos, un frondoso enclave preserva un bosque costero primigenio y caletas de arena escondidas del bullicio. Fundado en 1974, el Parque Natural Punta Hicacos abarca poco más de tres kilómetros cuadrados, pero alberga una gran variedad de ecosistemas fluviales y marinos. Dentro de sus límites se encuentra la Cueva de Ambrosio, una galería subterránea de unos 250 metros de longitud adornada con pictografías precolombinas. Cerca se encuentra el lago Mangón, una laguna salobre que alberga treinta y una especies de aves y veinticuatro taxones de reptiles, mientras que las ruinas de las Salinas de La Calavera dan testimonio de una empresa que inauguró las técnicas de extracción europeas en América. Aquí, cada paso resuena con resonancias ecológicas e históricas.

Más allá de la punta de la península, una serie de cayos dispersos —entre los que destacan Cayo Piedras y Cayo Cruz del Padre— representan los extremos más occidentales del archipiélago de Sabana-Camagüey. Afloramientos coralinos y praderas marinas se inclinan ante las suaves corrientes; sus aguas poco profundas y protegidas han atraído a generaciones de buceadores y científicos marinos. Estos islotes, aunque diminutos en superficie, ejercen una enorme influencia en la biodiversidad local y la riqueza de la oferta marítima de Varadero, proporcionando refugio a tortugas carey y concentraciones estacionales de peces de arrecife. También sirven como rompeolas naturales, atenuando la fuerza del oleaje atlántico antes de que abrace las amplias playas de la península.

Parte fundamental del auge moderno de Varadero es el Aeropuerto Juan Gualberto Gómez, inaugurado en la década de 1990, a unos dieciséis kilómetros al oeste del centro de la ciudad. Considerado el segundo aeropuerto más transitado de Cuba, después del José Martí en La Habana, canaliza a los viajeros de ocio directamente al corazón de la península. Aerolíneas nacionales e internacionales convergen en sus dos pistas, lo que garantiza que los huéspedes europeos y canadienses constituyan la mayoría de las llegadas. En los últimos años, la expansión del aeropuerto ha reflejado el crecimiento general de la infraestructura de la ciudad: depósitos de combustible y hangares de mantenimiento ahora conviven con servicios turísticos; sin embargo, más allá de la terminal, los campos de caña de azúcar aún ondean con los vientos alisios, un sutil recordatorio de la herencia agraria de la región.

El turismo se arraigó en Varadero durante la década de 1870, cuando la fortuna azucarera de Cuba financió un retiro de élite a lo largo de esta extensa lengua de tierra. Los primeros visitantes llegaron en vapor y carruaje, atraídos por las playas remotas y el clima templado de la península. En 1910, los lugareños inauguraron una regata anual de remo; cinco años después, abrió sus puertas el primer hotel, bautizado simplemente como Varadero, que posteriormente adoptaría el nombre de Club Náutico. A principios de la década de 1930, magnates estadounidenses como Irénée du Pont habían erigido lujosas fincas que combinaban estilos del renacimiento mediterráneo con jardines de estilo plantación. Entre estas figuras, el famoso Al Capone ocupaba un lugar destacado, eligiendo Varadero como su refugio de invierno, testimonio del atractivo magnético de la península para quienes buscaban tanto espectáculo como aislamiento.

Cuando la Revolución Cubana transformó la vida nacional en 1959, muchas de estas suntuosas villas pasaron a manos públicas. Las mansiones expropiadas pronto se transformaron en museos, adornando sus suelos de mármol y paneles de caoba con interpretaciones estatales de los excesos burgueses. En 1960, como símbolo del igualitarismo posrevolucionario, las autoridades erigieron el Parque de las 8000 Taquillas. Este pabellón multifuncional albergaba guardarropas para visitantes, servicios higiénicos en la planta principal y puestos de alquiler de trajes de baño en la planta baja; su ático vibraba con música y reuniones comunitarias. Renovada ocasionalmente, esta estructura fue un pilar de la vida social de la península durante décadas.

Entre las décadas de 1960 y 1980, Varadero se convirtió en un epicentro de expresión cultural, mucho más allá de sus soleadas extensiones. El recinto que rodeaba las 8000 Taquillas rebosaba de conciertos, proyecciones de cine y competiciones deportivas, mientras que los festivales improvisados ​​inundaban las calles. Conjuntos cubanos de jazz compartían escenarios con grupos folclóricos, y el Carnaval Internacional anual —surgido de la colaboración entre organizadores locales y entusiastas extranjeros— llenaba las húmedas tardes con desfiles de carrozas y ballets al aire libre. En aquellos años, la península parecía menos un balneario privado y más una extensión del caleidoscópico mosaico cultural cubano.

La década de 1990 marcó el comienzo de una renovada campaña de construcción hotelera, esta vez dirigida específicamente al segmento de cuatro y cinco estrellas. Operadores multinacionales —Meliá e Iberostar de España, Blue Island de Canadá— consiguieron arrendamientos a largo plazo en terrenos costeros, erigiendo torres con ventanales que ahora adornan el horizonte de Varadero. Los senderos empedrados que conducían a la playa fueron reemplazados por paseos marítimos privados; los paquetes con todo incluido reconfiguraron la economía local, atrayendo un aumento repentino de la inversión extranjera, al tiempo que atenuaban las interacciones espontáneas entre visitantes y residentes. Con el aumento de la llegada de turistas, muchos antiguos espacios culturales cayeron en el olvido; el crescendo de música y risas que antaño emanaba del Parque José Martí dio paso gradualmente al zumbido de los aires acondicionados y a la cadencia uniforme de la programación del resort.

A pesar de estas transformaciones, Varadero sigue siendo el principal motor económico de Cuba fuera de La Habana. Más de cincuenta y dos establecimientos hoteleros distintos emplean en conjunto a más de cincuenta mil personas, muchas de las cuales viajan diariamente desde la cercana Cárdenas. En 2017, un récord de 1,7 millones de huéspedes internacionales visitaron sus playas, lo que impulsó a los planificadores municipales a aprobar la adición de al menos tres mil nuevas habitaciones de cinco estrellas, junto con propuestas para un parque temático y un centro comercial frente al mar. Los promotores también han manifestado su intención de resucitar el Festival de la Canción, un escaparate musical que antaño dinamizaba los cafés y escenarios al aire libre locales. Estas iniciativas reflejan un compromiso inequívoco con mantener la eminencia de Varadero en el mapa turístico del Caribe.

Sin embargo, la ubicación ecuatorial de la península la predispone a la volatilidad tropical. Bañada por la Corriente del Golfo y azotada por los vientos alisios del noreste, Varadero registra una temperatura media anual de 25 °C, con máximas de 27 °C en verano y mínimas de 21 °C en invierno. La humedad ronda el 81 % y las precipitaciones totales ascienden a unos 1.400 milímetros anuales. La temporada de huracanes comienza el 1 de junio y se extiende hasta el 15 de noviembre; históricamente, más de 150 tormentas importantes han atravesado el territorio cubano desde 1498, causando graves pérdidas económicas y trágicas muertes. Uno de los eventos más devastadores tuvo lugar en 1791, cobrándose unas 3.000 vidas. Más recientemente, el huracán Irma, un gigante de categoría 5, tocó tierra cerca de Varadero el 8 de septiembre de 2017; sus vientos de 200 km/h arrancaron tejados de las casas e inundaron barrios bajos; sin embargo, los muros marinos reforzados de la ciudad y los sistemas mejorados de alerta temprana redujeron notablemente las víctimas a diez.

Para quienes buscan diversión en tierra y mar, Varadero ofrece un prodigioso catálogo de actividades. La Cueva de Ambrosio y la Cueva de los Musulmanes, ambas dentro de la reserva ecológica oriental, recompensan a los espeleólogos con escenas de estalactitas y arte rupestre ancestral. Mar adentro, se pueden alquilar catamaranes para practicar snorkel a lagunas rodeadas de coral donde gorgonias y peces loro danzan en aguas turquesas poco profundas; también se pueden alquilar kayaks y tablas de kitesurf en la Marina Chapelín, donde zarpan excursiones de pesca al amanecer. Los yates alquilados navegan junto a Cayo Piedras del Norte, mientras que los aficionados al buceo visitan más de treinta sitios, incluyendo un buque militar hundido y un avión soviético AN-24 que descansa sobre una plataforma de arena blanca. En la Marina Chapelín, el Delfinario ofrece espectáculos diarios con delfines, con encuentros de natación opcionales que combinan entretenimiento y conciencia ecológica.

Como complemento a las actividades acuáticas, Varadero presume de una variedad de encuentros anuales que animan su calendario social. Cada junio, el Festival Josone de Música del Mundo convoca a artistas de toda Latinoamérica, cuyos ritmos resuenan bajo los bananeros del Parque Retiro Josone. La primavera anuncia el Festival Gourmet, donde chefs locales e invitados internacionales degustan refinadas interpretaciones de la cocina cubana. Febrero trae consigo un rally de motocicletas Harley-Davidson de cinco días, un homenaje a las apasionadas coleccionistas conocidas localmente como Harlistas Cubanas. En octubre, la Copa Meliá Golf Club precede al Torneo de Golf Los Cactus Varadero, ambos celebrados en el exclusivo campo de campeonato de dieciocho hoyos de la península —el único fairways de tamaño natural en Cuba—, donde el rocío matutino aún brilla sobre la hierba Bermuda antes de que salga el sol tropical.

Entre los monumentos históricos más perdurables de Varadero se encuentra la Mansión Xanadú, la villa de 1928 con techo verde de Irénée du Pont. Diseñada con una fusión de estética de castillo y morisco, su interior exhibe pisos de mármol italiano, candelabros de bronce y pinturas al óleo de la época; hoy, bajo el nombre de Las Américas, funciona como un restaurante de lujo con vistas panorámicas al océano. Cerca de allí, el Museo Municipal de Varadero ocupa una casa de verano de la década de 1920 que perteneció a Leopoldo Abreu, y exhibe muebles de época y fotografías de archivo. La Iglesia de Santa Elvira, erigida en 1938 con piedra y madera locales, presenta un medio arco de herradura que culmina en un campanario cruciforme. Más al este, la Reserva Ecológica Varahicacos se abre a setecientas treinta acres de senderos que conducen a cuevas aisladas, donde más de cuarenta símbolos precolombinos hablan de los antiguos habitantes de la isla.

Las arterias de la península siguen siendo sencillas pero suficientes: la Autopista Sur se extiende desde el puente Laguna Paso Malo hacia el este a lo largo de la costa durante casi veinte kilómetros antes de desembocar en el Barceló Marina Palace. La Avenida Primera discurre paralela a la costa, intersectando calles transversales numeradas desde la Calle 8 hasta la Calle 64, mientras que la trama urbana más antigua ocupa el suburbio de Kawama entre las Calles 23 y 54. A pesar de su metamorfosis en un santuario de lujo, Varadero conserva vestigios de la vida cotidiana cubana: puestos de mercado escondidos tras los muros de los complejos turísticos, partidas de dominó los domingos bajo los tamarindos y familias haciendo picnics al atardecer en las playas públicas. Es en estos ejemplos de humanidad desprevenida, con un telón de fondo impecablemente cuidado, que Varadero revela su faceta más auténtica: un lugar donde la historia, la naturaleza y la cultura convergen en la arena y el mar.

Cuban Peso (CUP)

Divisa

5 de diciembre de 1887

Fundado

+53-45

Código de llamada

42,654

Población

48 km2 (19 millas cuadradas)

Área

Español

Idioma oficial

4 m (13 pies)

Elevación

UTC-5 (EST)

Huso horario

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