Francia es reconocida por su importante patrimonio cultural, su excepcional gastronomía y sus atractivos paisajes, lo que la convierte en el país más visitado del mundo. Desde visitar lugares antiguos…
La Habana emerge de inmediato como el corazón palpitante de Cuba y su testimonio más elocuente de siglos de intercambio transoceánico. La ciudad propiamente dicha abarca 728,26 kilómetros cuadrados (281,18 millas cuadradas) y, en 2023, albergaba a 1.814.207 habitantes, una cifra que contradice las innumerables historias grabadas en sus calles. Encaramada en la costa norte de la isla, justo al sur de los Cayos de Florida, donde el Golfo de México se funde con el Atlántico, se erige como el principal puerto y centro comercial del país. Rica en historia pero vibrantemente viva, La Habana domina la tierra y el mar con igual autoridad.
Desde su fundación en el siglo XVI por los colonos españoles, La Habana asumió rápidamente el papel de plataforma estratégica para las expediciones a América. El rey Felipe III la consagró como capital en 1607 y, conscientes de su creciente importancia, los sucesivos monarcas la rodearon de murallas y bastiones, monumentos que ahora se entrelazan con la identidad de la ciudad. Dentro de estas fortificaciones, los galeones españoles cargados de oro y plata encontraron refugio antes de su peligroso regreso a Europa, forjando un legado de comercio global que definiría el futuro de La Habana.
Geográficamente, La Habana se extiende hacia el oeste y el sur desde una bahía a la que se accede por una estrecha ensenada que se divide en tres puertos principales: Marimelena, Guanabacoa y Atarés. El río Almendares traza un camino desde los manantiales de las tierras altas hasta el estrecho de Florida, justo al otro lado de la entrada de la bahía. Suaves elevaciones de piedra caliza confieren al paisaje una suave ondulación: en el flanco oriental, las alturas de La Cabaña y El Morro se elevan unos sesenta metros sobre el nivel del mar, con sus murallas mirando al mar; al oeste, la colina coronada por la Universidad de La Habana y el Castillo del Príncipe ofrece una erudita perspectiva sobre la ciudad.
Climáticamente, La Habana pertenece a la clasificación de sabana tropical, pero limita con regímenes de selva tropical y monzón. Los vientos alisios llegan desde el océano, moderando el calor, que oscila entre promedios de 22 °C en enero y febrero y 28 °C en agosto. Las raras caídas por debajo de los 10 °C solo se pierden en el recuerdo, mientras que las precipitaciones aumentan durante junio y octubre y disminuyen de diciembre a abril hasta un total anual cercano a los 1200 mm. Los huracanes suelen rozar las costas del sur; sin embargo, en 2022, el huracán Ian pasó cerca de la costa norte, un recordatorio de la vulnerabilidad de la isla a las tormentas potentes. Aún más excepcional fue el tornado EF4 que azotó los distritos orientales de La Habana el 28 de enero de 2019, derribando noventa viviendas, cobrándose seis vidas y dejando a casi doscientos residentes heridos a principios de febrero de ese año.
Demográficamente, La Habana representaba el 19,1 % de la población cubana al cierre de 2012, cuando el censo registró 2 106 146 habitantes. La esperanza de vida al nacer promedia actualmente los 76,81 años. El gobierno de la ciudad se basa firmemente en su función de sede del gobierno cubano y de numerosos ministerios; alberga más de cien misiones diplomáticas y sirve como sede de empresas clave. Bajo el liderazgo del gobernador Reinaldo García Zapata, La Habana continúa compaginando la doble misión de preservar su rica historia y promover su economía moderna.
Esa economía se sustenta en la confluencia de tradición y adaptación. Desde el auge del azúcar y la trata de esclavos que catapultaron a La Habana a la riqueza durante la época colonial, hasta su reinvención como centro turístico de élite tras la independencia, la ciudad ha evolucionado con notable ingenio. Hoy en día, su espectro manufacturero abarca desde fábricas químicas y farmacéuticas hasta la industria cárnica, la industria ligera, los textiles y la célebre producción de ron y puros. Astilleros y plantas de vehículos marcan el tejido urbano, mientras que la biotecnología y el turismo representan sectores emergentes. La mitad de las importaciones y exportaciones de Cuba transitan por el puerto de La Habana, lo que lo convierte en el centro del comercio nacional y sustenta una robusta industria pesquera en alta mar.
El turismo, interrumpido drásticamente por el embargo comercial entre Cuba y Estados Unidos en 1961, recuperó impulso tras la promulgación del código de inversión extranjera del gobierno revolucionario en 1982. El capital extranjero se invirtió en la construcción de hoteles y servicios auxiliares, lo que aumentó el número de visitantes anuales de 130.000 en 1980 a más de un millón en 2010, un aumento del 20 % con respecto a las cifras de 2005. Los visitantes llegan a través del Aeropuerto Internacional José Martí, a unos once kilómetros al sur del centro de la ciudad, y del Aeropuerto de Playa Baracoa, al oeste. Los cruceros y los servicios chárter atraen a viajeros atraídos a La Habana Vieja, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, mientras que un floreciente nicho de turismo de salud atrae a pacientes que buscan tratamientos para trastornos neurológicos y afecciones oculares, atrayendo a clientes de Latinoamérica, Europa y Norteamérica por igual.
La infraestructura de transporte se extiende más allá del cielo. Los nacionalizados Ferrocarriles de Cuba operan líneas suburbanas, interurbanas y de larga distancia, conectando La Habana con todas las provincias cubanas. Cuatro estaciones principales —Central, La Coubre, Casablanca y Tulipán— transportan a unos once millones de pasajeros al año, aunque la demanda duplica con creces la capacidad disponible. El histórico Ferrocarril Eléctrico Hershey, inaugurado en 1917, traza una ruta panorámica desde Casablanca hasta Matanzas. Un siglo antes, en 1858, La Habana inauguró su sistema de tranvías, posteriormente electrificado en 1900; dio paso a los autobuses en 1952, dejando ecos de la época del tranvía que resuenan en fotografías antiguas.
Las carreteras se despliegan en una elaborada red de amplias avenidas, calles principales y autovías. La Autopista Nacional (A1) conecta La Habana con las provincias centrales; la Autopista Este-Oeste (A4) conduce a Pinar del Río; y la Vía Blanca serpentea hacia Matanzas y Varadero. Una circunvalación rodea la ciudad, accediendo por debajo del puerto a través de un túnel sumergido. Sin embargo, años de falta de inversión han condenado muchas vías al deterioro, con sus superficies agrietadas y sus arcenes cubiertos de vegetación, un recordatorio tangible de la naturaleza efímera de la infraestructura.
El tejido arquitectónico de La Habana se lee como una crónica en piedra. La Habana Vieja conserva el núcleo del asentamiento del siglo XVI, sus plazas antaño testigos de procesiones, corridas de toros y ceremonias públicas. La Plaza Vieja, con sus columnatas porticadas, evoca rituales cívicos; cerca, la Plaza de San Francisco se alza como centinela sobre las aguas antaño surcadas por galeones. Las fortalezas definen los portales del puerto: San Salvador de la Punta en el flanco occidental, protegiendo de los corsarios; y las colosales murallas de La Cabaña y el Castillo del Morro al este, testimonios de la determinación agustiniana. El Capitolio Nacional, erigido en 1929, afirma su presencia con una imponente cúpula y alberga en su interior la tercera estatua interior más grande del mundo. Al otro lado de la bahía, el Cristo de La Habana, una escultura de mármol de veinte metros de altura, extiende una bendición sobre los tejados y el mar por igual.
Los edificios culturales enriquecen el paisaje urbano. El Gran Teatro de La Habana, escenario del Ballet Nacional y de alguna ópera ocasional, se encuentra entre las mejores salas de conciertos de Latinoamérica. A lo largo de la costa norte, el Malecón define el paseo marítimo de La Habana, donde los residentes se reúnen al atardecer para contemplar cómo la luz del sol se funde con el Golfo. El Hotel Nacional de Cuba, un icono del Art Déco de la década de 1930, evoca una época de salones de juego y grandes veladas. Cerca de allí, el Museo de la Revolución ocupa el antiguo Palacio Presidencial, cuyos terrenos exhiben el yate Granma, buque de la rebelión.
Sin embargo, el tiempo escasea, y lo que no se mantiene sucumbe gradualmente. Muchas estructuras modernistas y fachadas coloniales se han deteriorado desde 1959; algunas han cedido por completo, derrumbándose bajo el peso del abandono y dejando al descubierto vacíos peligrosos. La Plaza del Vapor, otrora un mercado bullicioso desde 1835, desapareció en 1959, arrastrada por las exigencias de la revolución. Restauradores y urbanistas ahora se esfuerzan por detener el deterioro y reconstruir el patrimonio fragmentado de La Habana, confrontando las demandas entrelazadas de la conservación y la utilidad contemporánea.
A medida que la Habana actual se despliega en una complejidad estratificada, se mantiene unida a sus orígenes como nexo del comercio marítimo y la ambición imperial. Sus calles vibran con música y discursos, sus iglesias y cines son testigos de rituales cotidianos, y sus plazas albergan una mezcla de mercado y mercado de ideas. Al navegar entre el pasado y el presente, la tradición y la innovación, La Habana se afirma como una metrópolis singular: un organismo urbano sustentado por la memoria, animado por la cultura y preparado para un futuro incierto, moldeado tanto por la historia como por la esperanza.
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