Lisboa es una ciudad costera portuguesa que combina con maestría ideas modernas con el encanto de lo antiguo. Lisboa es un centro mundial del arte callejero, aunque…
Ulcinj se encuentra en el extremo sur de la costa de Montenegro, una ciudad cuyo pasado se remonta a casi veinticinco siglos. Enclavada en un promontorio rocoso donde las aguas azules del mar Adriático se unen a las arenas de la Velika Plaža, Ulcinj ocupa aproximadamente 255 km² de interior soleado y una costa escarpada. Con una población urbana de 11 488 habitantes y una comunidad municipal de 21 395, la ciudad sirve hoy en día como el corazón administrativo del municipio de Ulcinj y el centro cultural de la población albanesa de Montenegro, que constituye aproximadamente el 70 % de sus residentes. Se encuentra a poca distancia de la frontera con Albania y domina las vistas del lago Šas al norte y de la isla fluvial de Ada Bojana al suroeste.
La historia de Ulcinj podría comenzar a contarse milenios antes de Cristo, cuando las tribus ilirias se asentaron aquí por primera vez. Para el siglo V a. C., ese pequeño puesto fronterizo había adquirido mayor importancia, y su puerto natural atraía a comerciantes fenicios, griegos y, posteriormente, romanos. Cuando Roma se apoderó de la ciudad en el 163 a. C., rebautizándola —según eruditas conjeturas— como Colchinium u Olcinium, integró a Ulcinj en el vasto tapiz del Imperio. Las carreteras la conectaban con el sur, pero su entorno marítimo fomentó una independencia que perduraría a lo largo de los siglos. A pesar de los designios imperiales, el asentamiento conservó un carácter local distintivo: una fusión de las raíces ilirias con el flujo y reflujo del mundo clásico.
Con la división del Imperio Romano en el siglo IV, Ulcinj pasó a manos de Bizancio. Aunque su fortuna fluctuó en paralelo con la lejana corte de Constantinopla, la ciudad forjó una identidad propia. Durante generaciones, estuvo bajo la influencia bizantina, para luego entrar en la órbita de los reinos serbios medievales. Cada señor feudal dejó sutiles huellas en la estructura de la ciudad —muros por aquí, una capilla por allá—, pero Ulcinj conservó un aire cosmopolita, testimonio de su cultura marítima y del constante tránsito de pueblos e ideas.
El siglo XV trajo consigo una transformación más drástica. En 1405, las fuerzas venecianas arrebataron el control de Ulcinj a sus gobernantes eslavos. Bajo la bandera de la Serenísima, la ciudad se convirtió en una logia veneciana, con sus bastiones de piedra y estrechas callejuelas que resonaban con los dialectos de Dalmacia, Creta y el corazón de Italia. Sin embargo, el dominio veneciano también atrajo un comercio más oscuro. Situada en rutas marítimas que se extendían más allá de las vigilantes galeras del Imperio, Ulcinj emergió como un refugio para corsarios. Barcos con banderas otomanas, moriscas y norteafricanas frecuentaban su puerto; los capitanes locales —nobles financiados con fondos privados— atacaban buques mercantes mucho más allá de la seguridad de los convoyes de Venecia. A mediados del siglo XVI, el nombre de Ulcinj en el extranjero era sinónimo de piratería.
Esa reputación perduró incluso después de la Batalla de Lepanto en 1571. Aunque la flota de la Liga Santa destrozó el poder naval otomano en el mar Jónico, los otomanos se reafirmaron rápidamente en tierra. Ese mismo año, con la ayuda de corsarios norteafricanos, las fuerzas otomanas tomaron Ulcinj, marcando el inicio de un dominio que duraría tres siglos. Bajo el nuevo régimen, la ciudad experimentó una profunda transformación. La construcción de mezquitas, baños turcos y una torre del reloj marcó una renovación tanto espiritual como cívica, y en cuestión de décadas, la población de Ulcinj se volvió predominantemente musulmana. Sus estrechas calles se llenaron con la llamada a la oración, y los ecos persistentes del repique de campanas de una época anterior se desvanecieron en el recuerdo.
En ocasiones, los edictos otomanos buscaban suprimir la cultura pirata que antaño había definido Ulcinj. El golpe más decisivo se produjo bajo el mandato de Mehmed Pasha Bushati a finales del siglo XVII, quien actuó con determinación para erradicar el corso. Sin embargo, los corsarios y sus capitanes habían arraigado la piratería en el tejido social; solo una firme intervención imperial, respaldada por galeras y fortificaciones, pudo erradicarla. Aun así, el recuerdo de aquellas aventuras marítimas perduraba en la tradición local: relatos de incursiones a la luz de la luna, de cargamentos confiscados y rescatados, de ensenadas ocultas a lo largo de la costa donde se traían presas al amparo de la oscuridad.
Entre los episodios más notables del período otomano de Ulcinj se encuentra el exilio de Sabbatai Zevi, el místico judío caído en desgracia que en 1673 se autoproclamó Mesías. Enviado desde Estambul a esta remota frontera adriática, Zevi languideció hasta su conversión al islam bajo amenaza de muerte. Su estancia dejó una huella fugaz: una de las notas a pie de página más curiosas en una ciudad cuya historia ya rebosaba de giros dramáticos.
El acto final del dominio otomano concluyó en 1878, cuando Ulcinj fue cedida al Principado de Montenegro en virtud del Tratado de Berlín. Montenegro, durante mucho tiempo un reino montañoso e interior, obtuvo repentinamente acceso al mar. Para Ulcinj, la transición significó nuevos gobernantes, nuevos idiomas en la corte y la reintegración gradual de las influencias cristianas ortodoxas. Sin embargo, los monumentos islámicos de la ciudad —sus veintiséis mezquitas y sus baños turcos— permanecieron como parte integral de su paisaje urbano. Incluso hoy, la Mezquita del Pachá, la Mezquita de los Marineros y la elegante torre del reloj de 1754 se alzan como centinelas de ese pasado complejo.
Con las perturbaciones del siglo XX —dos guerras mundiales, el desplazamiento de fronteras, el auge y la caída de Yugoslavia—, Ulcinj soportó el estancamiento económico y la despoblación. Sin embargo, en los años posteriores a la independencia de Montenegro en 2006, el renovado interés por su costa le aportó una nueva vitalidad. En enero de 2010, el New York Times incluyó la región, incluyendo Velika Plaža y Ada Bojana, entre los "31 mejores lugares para visitar", y Ulcinj comenzó a atraer una oleada cosmopolita de visitantes: familias de Serbia, parejas de Rusia, aventureros de Alemania e Italia.
La ciudad vive ahora al ritmo de las estaciones. De mayo a septiembre, las playas se llenan de risas y bullicio. Velika Plaža, la "Gran Playa", se extiende a lo largo de doce kilómetros de arena dorada, interrumpida únicamente por la isla triangular de Ada Bojana en su extremo sur. Allí, los windsurfistas y kitesurfistas se deleitan con la brisa; los naturistas encuentran refugio entre los pinos; y los campamentos, antaño campamentos temporales de rafting, se han convertido en asentamientos semipermanentes de tiendas y caravanas. Es, en cierta medida, un lugar de abandono: un contrapunto a las playas más transitadas de Dubrovnik o Cannes.
En el otro extremo del espectro se encuentra Mala Plaža, la "Playa Pequeña", enclavada en el corazón del casco antiguo. Aquí, el paseo marítimo de Korzo despierta cada noche con sus calles peatonales que acogen a familias y adolescentes, paseando bajo farolas bañadas por la cálida nostalgia. Los cafés se extienden por la calle, con sus mesas ocupadas hasta la madrugada, y el aroma del espresso se mezcla con la distante brisa salada.
Sin embargo, Ulcinj es mucho más que costa. Tierra adentro, el lago Šas, una laguna poco profunda que antaño cruzaron los venecianos, se ha convertido en un paraíso para los observadores de aves, ya que más de doscientas especies se posan en sus juncos cada primavera y otoño. Cerca de allí, las ruinas de Svač (Šas) se alzan entre las marismas, un testimonio fantasmal de las iglesias medievales que, según la leyenda, llegaron a contarse en su día con trescientas sesenta y cinco. Esas piedras silenciosas, semisumergidas entre la hierba alta, evocan un mundo desaparecido de colonos eslavos y administradores otomanos, de fuertes plupstat y campanarios.
El casco antiguo en sí mismo es un palimpsesto arquitectónico. Encaramado en lo alto de un acantilado rocoso, sus estrechos callejones serpentean entre casas con cimientos ilirios, arcadas romanas, balcones venecianos y aleros otomanos. Las obras de restauración, en curso desde hace más de una década, han sustituido el asfalto por adoquines y han modernizado las tuberías de agua y los sistemas eléctricos; sin embargo, el distrito conserva su encanto de antaño. Çarshia, el bazar central, alberga dos mezquitas —Namazgjahu y Kryepazari— donde los fieles aún se reúnen para rezar. A su alrededor, doscientas tiendas ofrecen de todo, desde alfombras tejidas localmente hasta especias importadas de Estambul.
La religión en Ulcinj coexiste en silencio. Las mezquitas se alzan junto a las iglesias; en primavera, las procesiones de Pascua recorren las mismas calles donde se celebran los iftars de Ramadán. El monumento cristiano más destacado es la iglesia de San Nicolás, cuya fachada barroca evoca la época veneciana. En su interior, se puede encontrar iconografía que refleja tanto los ritos ortodoxos como los latinos. Y en las salinas del este, los flamencos anidan donde antaño se recolectaba salmuera: la naturaleza recupera la industria, como si hiciera arte con la siempre cambiante fortuna de Ulcinj.
El entramado lingüístico de Ulcinj refleja su herencia. Recorrer sus calles es escuchar albanés, montenegrino, italiano, alemán y, entre los residentes más jóvenes, inglés. Las generaciones mayores recuerdan una época en que se hablaba ruso en verano, cuando las canciones yugoslavas se escuchaban en las radios de los cafés que atendían a los trabajadores itinerantes. Los viajeros de hoy también añaden nuevos acentos a la mezcla. Un autobús desde Podgorica o Tivat trae a familias de Europa central; durante la temporada alta, los autocares de FlixBus conectan la ciudad con Tirana y Shkodër, al otro lado de la frontera. Sin embargo, a pesar de la afluencia, Ulcinj conserva una sensación de intimidad: sus calles son compactas, empinadas en algunos tramos, transitables a pie si se tiene en cuenta el pavimento resbaladizo o las aceras estrechas.
La aventura acecha justo al otro lado del término municipal. Al este, las sinuosas carreteras hacia el lago Skadar ascienden hacia pasos de montaña donde se puede contemplar Montenegro y Albania, contemplando en ambas direcciones las marismas de agua dulce y las antiguas aldeas. Quienes hacen autostop por estas carreteras hablan de autobuses inusuales y conductores generosos; de los pueblos de Arbëreshë y del ritmo pausado de la vida rural. Al oeste, la Carretera del Adriático serpentea hacia el norte, pasando por Bar y Budva, pero junto a ella se encuentran calas secretas a las que solo se puede acceder por senderos o minibuses locales.
A pesar de su creciente renombre, Ulcinj sigue siendo, en esencia, un lugar moldeado por las corrientes humanas más que por las mareas turísticas. Sus calles no son meros paseos, sino corredores de la memoria, donde cada piedra parece hablar de una migración pasada, una rendición negociada, una bandera anexionada. Su arquitectura no es un museo, sino un organismo vivo, en constante evolución durante dos milenios y medio. Incluso sus playas parecen provisionales: dunas que se mueven con los vientos diarios, arenas que la marea creciente reclama, plantaciones de tamariscos que se desarraigarán y se desplazarán hacia el norte.
En el auge de la modernidad, cabría esperar que una ciudad así fuera absorbida por complejos hoteleros y turísticos. Sin embargo, el casco antiguo resiste la transformación radical que ha derribado tantos asentamientos costeros. Aquí, la restauración se ha ceñido a los planes originales; las nuevas construcciones se han limitado a las zonas periféricas, dejando intacto el núcleo medieval. Ada Bojana sigue siendo una isla en un delta, sin zanjas ni labranza, cuya forma triangular se debe a las aguas limosas del río Bojana, no a los planos de los especuladores. Velika Plaža no tiene hoteles de gran altura; en su lugar, bungalows de baja altura se asoman entre pinares, con sus contraventanas de madera pintadas en tonos pastel mediterráneos.
Quizás esta sea la lección central de Ulcinj: que un lugar puede acoger el cambio sin renunciar a su esencia. Las corrientes de la historia han traído consigo ejércitos e imperios, comerciantes y piratas, exiliados y peregrinos. Han dejado monumentos de piedra y cemento —muros por aquí, un minarete por allá— y han dejado huellas más efímeras, en el idioma, las costumbres y la memoria colectiva. Sin embargo, el alma de la ciudad permanece anclada en su geografía: en el escarpado promontorio que defiende el puerto, en la lenta curva del delta del río, en las estrechas desembocaduras de los barrancos inundados por los arroyos. Es un lugar moldeado tanto por la topografía como por el tiempo.
Para el visitante que solo busca sol y playa, Ulcinj ofrece con creces. Para el viajero que busca los contornos humanos de la historia, ofrece mucho más: una sucesión ininterrumpida de historias, cada una conectada con la siguiente por las mareas cambiantes. El senador romano que vislumbró su puerto; el corsario veneciano que escondió allí su presa; el bajá otomano que erradicó la piratería; el místico judío exiliado en sus callejones: todos forman parte de una misma narrativa, una que continúa desarrollándose. Pasear por las calles de Ulcinj es habitar esa narrativa por un momento, convertirse en un personaje secundario de un drama que comenzó cuando Roma aún era una república y que perdurará mientras el mar roce sus costas.
En definitiva, Ulcinj se erige como ciudad fronteriza y lugar de encuentro: una frontera entre Montenegro y Albania, una encrucijada donde Oriente y Occidente se encuentran, donde los imperios han colisionado y convergido. Es un recordatorio de que la geografía y la historia son inseparables, que los contornos del territorio moldean los contornos del destino humano y que, en el lento paso del tiempo, cada piedra y cada calle aún pueden dar testimonio de la perdurable capacidad del lugar para inspirar asombro, albergar conflictos y, en última instancia, perdurar.
Divisa
Fundado
Código de llamada
Población
Área
Idioma oficial
Elevación
Huso horario
Lisboa es una ciudad costera portuguesa que combina con maestría ideas modernas con el encanto de lo antiguo. Lisboa es un centro mundial del arte callejero, aunque…
Examinando su importancia histórica, impacto cultural y atractivo irresistible, el artículo explora los sitios espirituales más venerados del mundo. Desde edificios antiguos hasta asombrosos…
Desde los inicios de Alejandro Magno hasta su forma moderna, la ciudad ha sido un faro de conocimiento, variedad y belleza. Su atractivo atemporal se debe a…
Descubra la vibrante vida nocturna de las ciudades más fascinantes de Europa y viaje a destinos inolvidables. Desde la vibrante belleza de Londres hasta la emocionante energía…
Aunque muchas de las magníficas ciudades de Europa siguen eclipsadas por sus homólogas más conocidas, es un tesoro de ciudades encantadas. Desde el atractivo artístico…